Muchos años corriendo en Madrid; tantos que necesito nuevos
paisajes y sensaciones para animarme a correr con ganas y con dorsal. La Vuelta
a la CdC (Gran Premio Turismo de Tailandia) es una suerte de metacarrera dentro de la Casa de Campo: es una
competición que se desarrolla sobre un
recorrido mítico para varias generaciones de maratonianos madrileños,
incluyendo a mi padre, que en esos rodajes largos de 30 km se han exprimido
sobre este circuito nada fácil.
Salimos muy tranquilos y marcamos los primeros kilómetros llanos
en 3:40; es decir, íbamos precavidos. Poco después de que comenzaran los
toboganes más allá del zoo, José Félix a.k.a El
somalí, se va hacia delante y yo, como de costumbre, me guío por mis sensaciones. Parece que detrás tengo a otros
corredores, pero queda tanta carrera por delante que paso de pensar en
estrategias; yo voy a mi ritmo, subiendo y bajando ligerito y sin pensar en
nada más.
Siguen cayendo muy lentamente los kilómetros y falta de 3
kilómetros sufro lo indecible
por el calor, la boca de trapo, los repechos inesperados y la manía persecutoria
del moco. Llegamos al asfalto y me siento como si pesara 20 kilos
más.. alguien me anima por mi nombre pero no tengo ni idea de quién es... a
falta de un kilómetro decido girarme y no veo a nadie así que echo el freno y
"me relajo" porque quiero llegar a la meta con una sonrisa y no con
mi rictus de destrucción.
Es la tercera vez que competía en la Casa de Campo después del
Cross Canguro 2006 y la esperpéntica carrera del Banco Santander 2011 (todo un
despropósito). Conocía casi todo el recorrido y era consciente de su dureza y
de los toboganes que hay en los primeros kilómetros, pues algunos findes
entreno por allí con Álvaro pero recortando la distancia a 14km. Me coloqué en
la salida, en definitiva, con mucho respeto ante el temor de no regular bien.
Pasado el km 7 hay un kilómetro muy favorable que conduce a
Garavitas y después llega la primera rampa de tapia propiamente dicha...
En este punto, sigo escuchando a alguien sonarse los mocos por detrás, así que
nunca bajo la guardia. Yo regurgitaba a menudo por un catarrazo que me afectó
bastante la semana anterior e incluso El
Somalí tosía a menudo. Es
decir, un cuadro.
Por fin y casi andando, corono la tapia reina (jodó) y poco después
ya estamos junto a las vías del tren. Entro en territorio desconocido porque
nunca he bordeado la Tapia por aquí y tengo miedo de perderme porque no llego a
ver a nadie por delante. No obstante siguen cayendo las señalizaciones de los
kms y muchos ciclistas que también hacen deporte, me animan.
Aún quedan 5 kms y pese a que el perfil es relativamente
favorable en esta parte de la carrera, noto que no puedo apretar... ya acumulo
fatiga muscular, y no sé si me estoy volviendo loco pero sigo escuchando a
alguien sonarse... ¡qué pesadilla, qué estrés! pero no puedo mirar atrás... es
una premisa que me impongo a mí mismo siempre para no perder ni la
concentración ni el control.
Llegamos al Lago y por fin se termina el suplicio tras
16,6 km. Mis padres me reciben con saltos en meta y entro en 1:02, dos minutos
después que el ganador, y a 25" del tercer clasificado, el bombero con
congestión nasal. El cuarto corredor llegó 2 min después, por lo que a posteriori cabría haber pensado en un buen tandem
con el tercero durante la carrera, pero uno, salvando mucho las distancias,
siempre lleva a una Radcliffe o a una Pavey dentro: no destaco por mi final,
así que me conviene ir al ritmo medio más elevado que las piernas me permitan
(espero que futuros rivales no lean esto, estoy poniendo todas mis cartas sobre
la mesa! jeje)
Fue una alegría inesperada, puesto que no
contaba con estar delante en una prueba larga y exigente para mí; una
satisfacción enorme agradecerle a mi familia su apoyo subiendo al cajón; y un
entrenamiento serio que me llevo, con una media de 3:45. Las
clasificaciones, AQUÍ.
El 12 de junio nos lanzaremos a probar la versión veraniega de
mi amada SSVI: La Cursa del Bombers, los 10km más emblemáticos de Barcelona que
por primera vez serán nocturnos y en el mes de junio. Nike me tiene
emocionalmente secuestrado al menos una vez el año. Veremos si no se convierte
en un síndrome de Estocolmo.